domingo, 24 de febrero de 2008

Origen de la Biblia




¿Quién escribió la Biblia?

Introducción al libro de Richard Elliot Friedman Who Wrote the Bible? (Universidad de California, San Diego), Harper Collins, 1989. Traducción de Alberto Loza Nehmad

La gente ha venido leyendo la Biblia por casi dos mil años. Ésta ha sido tomada literalmente, figurativamente o simbólicamente. Ha sido considerada como divinamente dictada, revelada o inspirada y también como una creación humana. La gente ha adquirido más copias de la Biblia que de ningún otro libro. Es citada (y mal citada) más que los demás libros. Está traducida (y mal traducida), igualmente, más que los demás libros. Se la ha llamado una gran obra de literatura, el primer libro de la historia. Se encuentra en la raíz del cristianismo y del judaísmo. Pastores, sacerdotes y rabinos la predican. Los eruditos pasan su vida estudiándola y enseñándola en universidades y seminarios. La gente la lee, la estudia, la admira, la desdeña, escribe acerca de ella, discute por ella y la ama. La gente ha vivido de acuerdo a ella y también ha muerto por ella. Y no sabemos quién la escribió.
Es un hecho extraño que nunca hayamos conocido con certeza quién compuso un libro de influencia tan decisiva para nuestra civilización. Existen tradiciones concernientes a quién escribió cada uno de los libros bíblicos -- los cinco libros de Moisés fueron supuestamente escritos por Moisés; el libro de Lamentaciones, por el profeta Jeremías; la mitad de los Salmos, por el rey David -- pero ¿cómo saber si estas tradicionales atribuciones son correctas?
Múltiples investigadores han trabajado en la solución de este misterio por casi un milenio y, particularmente en los últimos dos siglos, han hecho extraordinarios descubrimientos. Es importante resaltar que aunque algunos de estos descubrimientos desafían las creencias tradicionales, las investigaciones que condujeron a ellos no se desarrollaron como una controversia entre la religión y la ciencia o como una entre lo religioso y lo secular. Al contrario, la mayor parte de estos investigadores fueron personas instruidas en las tradiciones religiosas y conocían la Biblia tanto como aquellos que aceptaban solamente las respuestas tradicionales. Ciertamente, desde el inicio de estas investigaciones hasta el presente, una proporción significativa de quienes han emprendido los estudios críticos de la Biblia, quizá la mayoría, han sido al mismo tiempo miembros del clero de diferentes religiones. Más aún, los esfuerzos hechos para descubrir quién escribió la Biblia comenzaron y continuaron porque la respuesta entrañaba implicancias significativas tanto para los estudios tradicionales de la Biblia como para los estudios críticos de ella.
Era la Biblia, nada menos. Su influencia sobre la civilización occidental -- y, subsecuentemente, sobre la civilización oriental -- ha terminado empapando tanto a ésta, que resulta casi imposible reconocer su impacto y mucho menos aceptar su autoridad sin que dejemos de preocuparnos de dónde vino. Si pensamos que se trata de una gran obra de literatura, entonces, ¿quién fue el artista? Si pensamos que es una fuente a ser consultada para el estudio de la historia, entonces, ¿de quién son los informes que examinamos? ¿Quién escribió sus leyes? ¿Quién hizo que este libro, originado a partir de una diversa colección de historias, poesías y leyes, aparezca como una sola obra? Si cada vez que leemos una obra conocemos -- sin importar hasta qué punto y trátese ésta de una obra de ficción o no -- a un autor, entonces, ¿a quién encontramos cuando leemos la Biblia?
Para la mayoría de lectores, ese tipo de encuentro marca una diferencia, ya sea que su interés por determinada obra tenga carácter religioso, moral, literario o histórico. Cuando uno estudia un libro en la secundaria o en la universidad, frecuentemente aprende algo acerca de la vida del autor y esto generalmente contribuye a entender mejor el libro. Dejando a un lado cuestiones teóricas relativamente avanzadas, la mayor parte de los lectores parece reconocer como importante ser capaz de ver conexiones entre la vida del autor o la autora y el mundo descrito en su obra. En el campo de la ficción, la mayoría encontrará significativo el hecho de que Dostoyevsky fuera ruso, que vivió en el siglo XIX, que era un cristiano ortodoxo de ideas originalmente revolucionarias, que era epiléptico y que la epilepsia figura de manera importante en El idiota y Los hermanos Karamazov; igualmente, que Dashiel Hammett fuera un detective o que George Sand fuera mujer. De manera similar, fuera del campo de la ficción, parece no haber límite a la fascinación que la gente tiene por la persona de Freud y el punto hasta el cual la propia experiencia de éste se halla reflejada en sus escritos; o por Nietzsche, autor de quien todo, desde su insania hasta su relación con Lou Salomé, pasando por su enigmático vínculo con Dostoyevsky, aparece en la lectura de sus obras.
Cuanto más obvio parece, más chocante es el hecho de que esta información haya estado en gran medida ausente en el caso de la Biblia. A menudo el texto no puede entenderse sin ella. ¿Vivió el autor de una determinada historia bíblica en el siglo VIII o en siglo V a.c? Consecuentemente, cuando ese autor usa una expresión particular, ¿debemos entenderla de acuerdo a lo que significaba en el siglo V o en el siglo VIII? ¿Fue el autor testigo de los acontecimientos narrados? Si no lo fue, ¿cómo así vino a tener una ida de lo que sucedió? ¿Fue a través de fuentes escritas, viejas historias familiares o revelación divina? ¿Fue la suya una composición completamente ficticia? ¿Usó algún otro medio? ¿En qué medida los acontecimientos de la época del autor afectaron la manera en la que compuso su historia? ¿Escribió el autor con el propósito de que su obra se convirtiera en un texto sagrado y autoritativo?
Tales preguntas son importantes para comprender qué significó el texto en su mismo mundo bíblico. Además, después de conocer a las personas y las fuerzas que produjeron el libro, esas preguntas también ofrecen una oportunidad para producir un nuevo y más enriquecido entendimiento del libro en el mundo de hoy, tanto para el lector religioso como para el que no lo es.

Los Cinco Libros de Moisés
Estos constituyen uno de los más viejos acertijos en el mundo. Los investigadores han estado lidiando con él prácticamente desde que se completó la Biblia. En realidad, este acertijo no comenzó como una investigación sobre la autoría de la Biblia; simplemente se inició cuando algunos individuos empezaron a preguntarse por problemas que observaban en el mismo texto bíblico. Después, se desenvolvió a lo largo de los siglos a la manera de una historia detectivesca con investigadores que descubrían, una por una, pistas acerca del origen de la Biblia.
Este acertijo comenzó con preguntas acerca de los primeros cinco libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Se conoce a estos libros como el Pentateuco ("cinco rollos" en griego) o la Torah ("instrucción" o "enseñanza" en hebreo). También se los conoce como los cinco libros de Moisés. Moisés es la principal figura a lo largo de la mayor parte de ellos y las tempranas tradiciones judía y cristiana sostenían que él mismo los había escrito aunque en ninguna parte de los cinco libros de Moisés el texto diga que él fue el autor.[1] Sin embargo, la tradición según la cual una persona -- Moisés solamente -- escribió estos libros, presentaba problemas. La gente observaba contradicciones en el texto. Éste reportaba unos acontecimientos en un orden determinado para luego decir que esos mismos acontecimientos sucedieron en un orden diferente. Afirmaba que algo existía en número de dos mientras en otro lugar se leía que había catorce de lo mismo. Afirmaba que los moabitas hicieron algo, y luego decía que habían sido los medianitas. Describía a Moisés dirigiéndose al Tabernáculo en un capítulo anterior a aquél donde se narra que Moisés construye el Tabernáculo.
La gente también notó que los cinco libros de Moisés hacían referencia a cosas que Moisés no podría haber conocido ni, muy probablemente, haber dicho. El texto ofrecía nada menos que la narración de la muerte de Moisés. También afirmaba que Moisés era el hombre más humilde de la Tierra cuando, normalmente, uno no esperaría oír al hombre más humilde de la Tierra decir que él es, en efecto, el hombre más humilde de la Tierra.
En un comienzo, los argumentos de quienes cuestionaban la autoría mosaica fueron rechazados. En el siglo III d.c. el estudioso cristiano Orígenes objetó a quienes cuestionaban la autoría única y mosaica del Pentateuco. Los rabinos de los siglos que siguieron a la conclusión de la Biblia hebrea (también conocida como el Viejo Testamento) igualmente explicaron los problemas y las contradicciones dentro de los límites de la tradición: se trataba, según ellos, tan sólo de contradicciones aparentes. Podían ser explicadas a través de la interpretación -- frecuentemente una muy elaborada explicación -- o mediante la introducción de detalles narrativos adicionales que no figuraban en el texto bíblico. Y con respecto a las referencias de Moisés a cosas que deberían haber sido desconocidas para él, ellas se explicaban debido al hecho de que él era un profeta. Estas respuestas a los problemas en el texto, orientadas en el sentido de la tradición, prevalecieron hasta los tiempos medievales. Los comentadores bíblicos como Rashi en Francia o Najmanides en España fueron especialmente hábiles en encontrar explicaciones para reconciliar cada una de estas contradicciones. Por otro lado, también en el período medieval, algunos investigadores comenzaron a ofrecer un nuevo tipo de respuesta a estas viejas preguntas.

Seiscientos años de investigación
En una primera etapa, los investigadores todavía aceptaban la tradición según la cual Moisés había escrito el Pentateuco aunque sugerían que unas pocas líneas habían sido añadidas por aquí y por allá. En el siglo XI, Isaac Ibn Yashush, médico judío en la corte de un gobernante de la España musulmana, señaló que en una lista de reyes edomitas que aparece en Génesis 36, figuran reyes que vivieron mucho después de la muerte de Moisés. Ibn Yashush sugería que la lista había sido escrita por alguien que vivió después de Moisés. En respuesta a su conclusión se le pasó a llamar "Isaac el Desatinado".
La persona que lo llamó Isaac el Desatinado fue Abraham Ibn Ezra, un rabino español del siglo XII. Ibn Ezra añadió: "Su libro merece ser quemado". No obstante, irónicamente, el mismo Ibn Ezra incluyó en sus propios escritos algunos comentarios enigmáticos que permiten atisbar que él guardaba sus propias dudas. Hacía alusiones a varios pasajes bíblicos que parecían no ser de la propia mano de Moisés, pasajes que se referían a Moisés en tercera persona, que usaban términos que Moisés no podría haber conocido, que describían lugares donde Moisés nunca había estado y que usaban un lenguaje que reflejaba tiempos y lugares diferentes de los de Moisés. A pesar de todo esto, Ibn Ezra parecía no estar dispuesto a decir claramente que Moisés no era el autor del Pentateuco. Así es que simplemente escribió: "Y si ustedes lo comprenden, ustedes reconocerán la verdad". Además, en otra referencia a uno de los pasajes contradictorios, expresó "Y aquel que comprenda, permanecerá en silencio".
En el siglo XIV, en Damasco, el estudioso Bonfils aceptó la evidencia de Ibn Ezra pero no su consejo que guardar silencio. Al referirse a los pasajes problemáticos, Bonfils explícitamente escribió: "Y esta es evidencia de que este versículo fue escrito en la Torah después, y Moisés no lo escribió; fue uno de los profetas que vinieron después quien lo hizo". Bonfils no estaba negando el carácter revelado del texto: él continuaba pensando que los pasajes en cuestión habían sido escritos por "uno de los profetas que vinieron después". Él estaba solamente concluyendo que dichos pasajes no habían sido escritos por Moisés. A pesar de ello, tres y medio siglos después su trabajo fue reimpreso eliminando las referencias a este tema.
En el siglo XV, el obispo de Ávila Alfonso de Madrigal, "El Tostado", también afirmó que ciertos pasajes, notablemente la narración de la muerte de Moisés, no podían haber sido escritos por Moisés. Existía una vieja tradición según la cual el sucesor de éste, Josué, era quien los había escrito. En el siglo XVI, sin embargo, Carlstadt, un contemporáneo de Lutero, comentó que la narración de la muerte de Moisés está escrita en el mismo estilo que el texto que la precede, haciendo así difícil afirmar que Josué o cualquier otro hubiera meramente añadido unas pocas líneas a un manuscrito que era mosaico en todo lo restante. Este comentario también produce preguntas subsecuentes acerca de qué era exactamente mosaico y qué había sido añadido por alguien más.
En una segunda etapa del proceso, los investigadores sugirieron que Moisés había escrito los primeros cinco libros pero que los editores los revisaron después, aumentando sus propias y ocasionales palabras y frases. Así, en el siglo XVI, Andreas van Maes, un católico flamenco, y dos estudiosos jesuitas, Benedict Pereira y Jacques Bonfrere, presentaron la imagen de un texto original escrito por la mano de Moisés el cual había sido expandido por posteriores escritores. Van Maes sugería que un editor había insertado frases o remplazado un nombre antiguo por uno más actualizado de modo que el lector lo entendiera mejor. El libro de Van Maes fue enviado al Index católico de libros prohibidos.
En la tercera etapa de las investigadores, los estudiosos concluyeron sin ambages que Moisés no había escrito la mayor parte del Pentateuco. El primero en afirmarlo fue el filósofo inglés Thomas Hobbes, en el siglo XVII. Hobbes recolectó, a lo largo de los primeros cinco libros, numerosos casos de hechos y afirmaciones que no armonizaban con la autoría mosaica. Por ejemplo, el texto en ocasiones afirma que algo es de tal manera "hasta el día de hoy". "Hasta el día de hoy" no es la frase de alguien que describe sucesos contemporáneos. Es por el contrario la frase de un escritor ulterior que describe algo que ha perdurado.
Cuatro años después, Isaac de la Peyrère, un calvinista francés, también explícitamente escribió que Moisés no era el autor de los primeros libros de la Biblia. El, igualmente, notó problemas que recorrían el texto incluyendo, por ejemplo, las palabras "al otro lado del Jordán" en el primer versículo del Deuteronomio. Ese versículo dice "Estas son las palabras que Moisés habló a los hijos de Israel al otro lado del Jordán..." El problema con la frase "al otro lado del Jordán" es que hace referencia a alguien que se ubica al lado opuesto del río Jordán del que se encuentra quien las escribió. Así, el versículo parece contener las palabras de alguien situado en Israel, al occidente del Jordán, aunque Moisés mismo, en toda su vida, supuestamente nunca estuvo en Israel. El libro de De la Peyrère fue prohibido y quemado. Él fue apresado e informado que para poder ser liberado tendría que convertirse al catolicismo y retractarse de sus ideas ante el papa. Así lo hizo.
Por la misma época, en Holanda, el filósofo Spinoza publicó un análisis crítico unificado, demostrando de igual manera que los pasajes problemáticos no eran casos aislados que pudieran ser explicados por separado sino que, por el contrario, su presencia recorría los cinco libros de Moisés. Entre ellos estaban las narraciones de Moisés hechas en tercera persona, las afirmaciones que no era posible Moisés hubiera hecho (e. g., "el hombre más humilde del mundo"), el informe sobre la muerte de Moisés, la expresión "hasta el día de hoy", las referencias a lugares geográficos usando los nombres que adquirieron después de la muerte de Moisés, el tratamiento dado a algunos asuntos posteriores a la época de Moisés (e. g., la lista de reyes edomitas) y varias contradicciones y problemas en el texto, del tipo que anteriores investigadores habían observado. También destacó que el texto dice en Deuteronomio 34 "Nunca se levantó otro profeta como Moisés en Israel...". Spinoza subrayó que éstas suenan como las palabras de alguien que vivió mucho tiempo después que Moisés y que tuvo la oportunidad de ver a otros profetas y pudo hacer la comparación (Estas tampoco suenan como las palabras del hombre más humilde del mundo). Spinoza escribió: "Es... más claro que el sol al mediodía que el Pentateuco no fue escrito por Moisés sino por otro que vivió mucho después que Moisés". Entonces, Spinoza ya se encontraba expulsado del judaísmo; luego de afirmar esto, su libro fue condenado por los católicos así como también por los protestantes. Su libro fue enviado al Index católico. En los siguientes seis años se promulgaron treinta y siete edictos contra esa obra y se cometió un atentado contra la vida de su autor.
Poco tiempo después, en Francia, Richard Simon, un sacerdote católico convertido del protestantismo, escribió un trabajo que intentaba criticar a Spinoza. Decía que el meollo del Pentateuco (las leyes) era mosaico pero que habían algunas adiciones. Las adiciones, sostenía, habían sido hechas por escribas que recolectaron, arreglaron y desarrollaron los viejos textos. Estos escribas, de acuerdo a Simon, habían sido profetas guiados por el espíritu divino y así, él consideraba su trabajo como una defensa de la santidad del texto bíblico. Sus contemporáneos, sin embargo, obviamente no estaban listos para recibir un trabajo que dijera que cualquier parte de los cinco libros no era mosaico. Simon fue atacado por otros clérigos católicos y expulsado de su orden. Su libros fueron colocados en el Index y, por su parte, los protestantes escribieron cuarenta refutaciones contra su trabajo. De las mil trescientas copias impresas de su libro sólo seis sobrevivieron a la hoguera. Se imprimió una versión inglesa del libro, traducida por John Hampden, pero este se retractó después. El escueto informe que sobre estos hechos nos da el estudioso Edward Gray lo dice muy bien: "Hampden repudió las opiniones que había sostenido en común con Simon... en 1688, probablemente poco tiempo antes de su liberación de la torre".

Las Fuentes
La idea de Simon de que los escritores bíblicos habían ensamblado sus narrativas a partir de viejas fuentes a su disposición constituyó un paso importante en el camino hacia el descubrimiento de quién había escrito la Biblia. Cualquier historiador competente sabe la importancia de las fuentes cuando se encuentra escribiendo una narración de los acontecimientos. La hipótesis de que los cinco libros de Moisés fueron el resultado de una combinación de varias fuentes antiguas a cargo de diferentes autores resultó excepcionalmente importante porque preparó el camino para poder tratar un nuevo cuerpo de evidencia que fue desarrollado por tres investigadores en el siglo siguiente: el doblete
El doblete es un caso de la misma historia que se cuenta dos veces. Incluso en las traducciones es fácil observar que las historias bíblicas a menudo aparecen, con variaciones de detalle, en dos lugares diferentes de la Biblia. Existen dos diferentes historias de la creación del mundo. Existen dos historias de la alianza entre Dios y el patriarca Abraham, dos historias de cómo recibe su nombre el hijo de Abraham, Isaac, dos historias de cómo Abraham afirma ante un rey extranjero que su esposa Sarah es su hermana, dos historias de una revelación hecha a Jacob en Beth-El, dos historias de cómo Dios cambia el nombre de Jacob a Israel, dos historias de Moisés cuando obtiene agua de una roca en un lugar llamado Meribah, y aún más.
Aquellos que defendían la creencia tradicional de la autoría mosaica argüían que los dobletes eran siempre complementarios, no repetitivos, y que no se contradecían mutuamente sino que venían a enseñarnos una lección a través de su "aparente" contradicción. No obstante, se descubrió otra pista que socavó esta respuesta tradicional. Los investigadores encontraron que en la mayor parte de los casos una de los dos versiones de una historia contada en un doblete se refería a la deidad por su nombre divino, Yahweh (anteriormente mal pronunciada Jehovah), y que la otra versión de la historia se refería a la deidad solamente como "Dios". Así, los dobletes se alineaban en dos grupos de versiones paralelas de las mismas historias. Cada grupo era casi siempre constante en su modo de nombrar a la deidad. Más aún, los investigadores encontraron que no eran solamente los nombres de la deidad lo que diferenciaba a los dobletes. Encontraron también varios otros términos y características que aparecían regularmente en uno u otro grupo. Esto tendió a apoyar la hipótesis de que alguien había tomado dos fuentes documentales antiguas, las hubiera cortado y recombinado para formar la historia continua de los cinco libros de Moisés.
De este modo la siguiente etapa de la investigación fue el proceso de separar los hilos de las dos antiguas fuentes originales. En el siglo XVIII, tres investigadores independientes llegaron a conclusiones similares basados en tales estudios: un ministro alemán (H. B. Witter), un médico francés (Jean Astruc) y un profesor alemán (J. G. Eichhorn). Primero se pensó que una de las dos versiones de las historias del libro del Génesis era un texto antiguo que Moisés usó como fuente y que las otras dos versiones de las historias eran escritos del propio Moisés en los que éste describía las mismas cosas en sus propias palabras. Después se pensó que ambas versiones de las historias eran antiguas fuentes que Moisés había usado al darle forma a su libro. Pero, finalmente se concluyó que ambas versiones tenían que provenir de escritores que vivieron después de Moisés. Cada paso del proceso atribuía cada vez menos al mismo Moisés.
A inicios del siglo XIX, la hipótesis de las dos fuentes fue expandida. Los estudiosos encontraron evidencia de que no había dos fuentes documentales mayores en el Pentateuco: ¡había cuatro! Dos investigadores encontraron que en los primeros cuatro libros de la Biblia había no sólo dobletes sino cierto número de tripletes sobre las historias narradas. Esto convergía con otra evidencia concerniente a contradicciones y variaciones características en el lenguaje, que los persuadieron de que habían encontrado otra fuente en el Pentateuco. Entonces, un joven estudioso académico alemán, W. M. L. De Wette, en su tesis doctoral observó que el quinto de los cinco libros de Moisés, Deuteronomio, era llamativamente diferente en su lenguaje de los otros cuatro libros que lo precedían. Ninguna de las tres antiguas fuentes originales parecía continuar al interior de este libro. De Wette propuso la hipótesis de que Deuteronomio constituía una separada, cuarta fuente.
Fue así que a partir del trabajo de muchísimas personas y al costo personal de algunas de ellas, el misterio de los orígenes de la Biblia llegó a ser tratado abiertamente y se estableció una hipótesis de trabajo. Fue ésta una etapa descollante en la historia de la Biblia. Los estudiosos podían abrir el libro Génesis e identificar la redacción de dos o incluso tres autores en la misma página. Se encontraba, además, el trabajo del editor, la persona que había cortado y combinado los documentos originales para hacer una sola historia. De esta manera cuatro diferentes personas podrían haber contribuido a producir una sola página de la Biblia. Los investigadores fueron entonces capaces de ver que existía un acertijo al modo de un rompecabezas y cuál era su naturaleza básica. A pesar de ello, aún no sabían quiénes eran los autores de ninguno de los documentos originales, en qué época habían vivido o por qué razones habían escrito sus historias.
La Hipótesis
Para ponerlo de manera sucinta, el rompecabezas era como sigue:
Había evidencia de que los cinco libros de Moisés había sido compuestos combinando cuatro diferentes documentos originales en una sola historia continua. Para propósitos del trabajo, los cuatro documentos fueron identificados mediante símbolos alfabéticos. El documento que se encontraba asociado con el nombre divino Yahweh/Jehovah fue llamado J. El documento identificado por referirse a la deidad como Dios (En hebreo, Elohim) fue llamado E. El tercer documento, de lejos el más extenso, incluía la mayor parte de la secciones legales y se concentraba en gran medida en asuntos que tenían que ver con sacerdotes: éste fue llamado P (Priests, en inglés). La fuente que solamente se encontró en Deuteronomio pasó a ser llamada D. Entonces la cuestión era develar la historia de estos cuatro documentos: no sólo quién los escribió sino por qué se escribieron cuatro diferentes versiones de la historia, cuál era la relación entre ellas y si cualquiera de sus autores era consciente de la existencia de los textos de los demás, en qué momento histórico se escribieron, cómo se preservaron y combinaron y, así, una variedad de otras preguntas.
El primer paso consistió en tratar de determinar el orden relativo en que fueron escritas las fuentes. La idea era tratar de ver si cada versión reflejaba una etapa particular en el desarrollo de la religión en la Israel bíblica. Este enfoque reflejaba la influencia de las nociones hegelianas sobre el desarrollo histórico de la civilización en la Alemania del siglo XIX. En ese siglo sobresalen dos personas. Una de ellas, Karl Heinrich Graf, trabajó deduciendo, a partir de referencias en los textos bíblicos, cuáles textos debieron haber lógicamente precedido o seguido a otros. El otro investigador, Wilhelm Vatke, se abocó a encontrar la historia del desarrollo de la antigua religión israelita buscando en los textos signos que reflejaran etapas tempranas o tardías de ella.
Graf concluyó que los documentos J y E eran las versiones más antiguas de las historias bíblicas pues estos (y otros escritos bíblicos tempranos) desconocían materias que eran tratadas en otros documentos. D era mas tardío que J y E porque mostraba estar familiarizado con acontecimientos de un período ulterior en los acontecimientos históricos. P, la versión sacerdotal de la narrativa bíblica era la última de todas pues se refería a una variedad de temas que eran desconocidos en todas las porciones más tempranas de la Biblia, como los libros de los profetas. Mientras, Vatke concluía que J y E reflejaban una etapa muy temprana en el desarrollo de la religión israelita, cuando ésta era esencialmente una religión centrada en la naturaleza y la fertilidad. Concluía que D reflejaba una etapa intermedia en el desarrollo religioso, cuando la fe de Israel era de naturaleza ético-espiritual; o sea, la época de los grandes profetas israelitas. Además, él consideraba el documento P reflejaba la última etapa de la religión de Israel, la fase de la religión sacerdotal basada en sacerdotes, sacrificios, rituales y leyes.
Los intentos de Vatke de reconstruir el desarrollo de la religión de Israel y los de Graf de reconstruir el desarrollo de las fuentes del Pentateuco apuntaban a la misma dirección: la gran mayoría de las leyes y mucho de la narrativa del Pentateuco no fueron parte de la vida en los días de Moisés -- y mucho menos fueron escritas por Moisés -- y ni siquiera de la vida en los días de los reyes y los profetas de Israel. Más bien, fueron escritas por alguien que vivió hacia los finales del período Bíblico.
Hubo una variedad de reacciones ante esta idea. La reacción negativa vino tanto de los estudiosos tradicionales de la Biblia como de quienes la estudiaban críticamente. Incluso De Wette, quien había identificado la fuente D, no aceptaba la idea de que una proporción tan grande de las leyes fuera tan tardía. Sostenía que esta perspectiva "dejaba apoyados los inicios de la historia hebrea no sobre las grandes creaciones de Moisés sino sobre vacuidades". Los estudiosos tradicionales destacaron que esta visión imaginaba a la Israel Bíblica como una nación que no fue gobernada por Leyes durante sus primeros seis siglos. No obstante, Las ideas de Graf y Vatke pasaron a dominar el campo de los estudios bíblicos por un siglo, debido principalmente al trabajo de un hombre: Wellhausen.
Julius Wellhausen (1844 - 1918) descuella como una figura poderosa en las investigaciones sobre la autoría de la Biblia así como en la historia de los estudios bíblicos en general. En esta larga empresa es difícil destacar a una sola persona como el "fundador", el "padre" o "el primero", debido a que en realidad fue una variedad de investigadores quienes condujeron las investigaciones a una nueva etapa. Por cierto, un número de libros y artículos sobre el tema de la autoría bíblica atribuyen esos títulos diversamente a Hobbes, Spinoza, Simon, Astruc, Eichhorn, Graf y Wellhausen. Wellhausen mismo aplica un término semejante a De Wette, pero Wellhausen ocupa un lugar especial en la historia de esta tarea. Su contribución no constituye un comienzo sino más bien una culminación en esta empresa. Aunque mucho de lo que él dijo fue tomado de quienes lo precedieron, su contribución, sin embargo, consistió en armar todos esos componentes, además de otras considerables investigaciones y argumentaciones propias, en una síntesis organizada y clara.
Wellhausen aceptó la noción de Vatke de que la religión de Israel se había desarrollado en tres etapas y aceptaba también la de Graf de que las fuentes habían sido escritas en tres períodos históricos diferentes. Solamente juntó ambos esquemas. Examinó las historias bíblicas y las leyes que aparecen en J y en E y propuso que reflejaban los modos de vida de la etapa religiosa que se basaba en la naturaleza y la fertilidad. Sostuvo que las historias y las leyes de Deuteronomio (D) reflejaban la vida durante la etapa religiosa ético espiritual y propuso que P derivaba de la etapa sacerdotal / legal. Buscó cuidadosamente a lo largo del texto de cada documento las características de cada etapa y período, examinando las maneras en las que el documento reflejaba cada uno de varios de los aspectos fundamentales de la religión: el carácter de los sacerdotes, los tipos de sacrificios, los lugares de adoración y las fiestas religiosas. Estudió las secciones legal y narrativa de los cinco libros del Pentateuco y de otros libros históricos y proféticos de la Biblia. Su presentación fue sensata, coherente, y extremadamente influyente. Era una construcción poderosa, sobre todo, porque más que meramente separar las fuentes según los criterios usuales (dobletes, contradicciones, etc.), las ligaba a la historia. Brindaba, además, un marco creíble dentro del cual todo aquello podría haberse desarrollado. Fue así que el modelo de Wellhausen empezó a responder a la pregunta de por qué existían diferentes fuentes. La primera aceptación real de que este campo era un campo de estudio académico, por tanto, se dio cuando los análisis histórico y literario fueron exitosamente unidos. Este modelo sobre la combinación de los documentos-fuentes vino a ser conocida como la Hipótesis Documental. Ha dominado este campo de estudios desde entonces. Hasta el presente, si uno quiere disentir, uno estará disintiendo con Wellhausen. Si uno quiere proponer un nuevo modelo, uno tendrá que comparar los méritos de ese modelo con los de Wellhausen.
El estado actual de la cuestión
Durante el siglo XIX persistió la oposición religiosa a las nuevas investigaciones. En gran medida, la hipótesis documental devino conocida en los países de habla inglesa gracias al trabajo de William Robertson Smith, profesor del Viejo Testamento en la Universidad de la Iglesia Libre de Escocia de Aberdeen y editor de la Enciclopedia Británica. El profesor Smith escribió artículos para la Enciclopedia y también publicó en ella los de Wellhausen. Como resultado, su iglesia lo convocó para ser juzgado. Aunque se le declaró inocente de herejía fue expulsado de su puesto. También en el siglo XIX, en Sudáfrica, el obispo anglicano John Colenso, publicó similares conclusiones; en los siguientes veintitrés años recibió trescientas respuestas adversas e incluso se le llamó "el Obispo Pernicioso".
Las cosas empezaron a cambiar en el siglo XX. Por siglos se había dado una considerable oposición a estas investigaciones por parte de la Iglesia Católica, sin embargo un cambio de la mayor magnitud se inició en 1943 con la encíclica Divino Afflante Spiritu del papa Pío XII, documento que ha sido llamado "una Carta Magna del progreso bíblico". El papa estimulaba a los investigadores a buscar el conocimiento de los autores bíblicos pues esos escritores eran "los instrumentos vivos y razonables del Espíritu Santo...". Concluía lo siguiente:

El intérprete debe procurar, por consiguiente, distinguir con todo cuidado, sin descuidar ninguna luz aportada por la recientes investigaciones, cuáles son la índole propia y la condición social del autor sagrado, en qué tiempo vivió, de qué fuentes, escritas u orales, se sirvió, qué formas del decir empleó.

Como resultado de este impulso papal, los editores de la publicación católica Jerome Biblical Commentary, aparecida por primera vez en 1968, comenzaban afirmando:

No es un secreto que los últimos quince o veinte años han significado casi una revolución en los estudios bíblicos católicos, una revolución impulsada desde la autoridad, pues su Carta Magna fue la encíclica Divino Afflante Spiritu del papa Pío XII. Los principios de la crítica literaria e histórica, por tanto tiempo considerados con sospecha, son ahora, por fin, aceptados y aplicados por los exegetas bíblicos. Muchos son los resultados: un nuevo y vital interés en la Biblia, el mismo que recorre toda la Iglesia, una mayor contribución de los estudios bíblicos a la teología moderna, una comunidad de esfuerzos y entendimiento entre estudiosos católicos y no católicos.

La oposición al examen crítico de la Biblia también ha disminuido entre los protestantes. La Biblia ha resultado siendo estudiada y enseñada por estudiosos críticos de las más destacadas instituciones protestantes de Europa e Inglaterra. También en los Estados Unidos los estudiosos críticos de la Biblia enseñan en las más importantes instituciones protestantes tales como Harvard Divinity School, Yale Divinity School, el Seminario Teológico de Princeton, el Seminario Teológico de la Unión y muchas otras. El examen crítico del texto y de sus autores también ha sido aceptado en las más importantes instituciones judías, en particular el Hebrew Union College, que es la escuela rabínica del judaísmo reformado, y el Seminario Teológico Judío, escuela rabínica conservadora. Este examen de la Biblia es llevado a cabo también en las primeras universidades de todo el mundo.
Hasta hace una generación, en los medios académicos estudiosos de la Biblia, había cristianos y judíos que cuestionaban la hipótesis documental. Al presente, sin embargo, casi no existen en el mundo estudiosos bíblicos, investigadores en actividad, que sostengan que los cinco libros de Moisés fueron escritos por Moisés, o por cualquier otra persona individual.[2] Los estudiosos discuten ahora acerca de cuándo se escribieron determinados documentos y si ciertos versículos pertenecen a este u otro documento. Ellos expresan diferentes niveles de satisfacción o insatisfacción con la hipótesis para determinados propósitos literarios o históricos. No obstante, la hipótesis misma continúa siendo el punto inicial de la investigación: ningún estudiante serio de la Biblia puede dejar de estudiarla y ninguna otra explicación de las evidencias ha estado cerca de cuestionarla.
El estudio crítico de la autoría bíblica se ha extendido más allá de los cinco libros de Moisés, y ha llegado a tocar cada libro de la Biblia. Por ejemplo, se creía que el libro de Isaías había sido escrito por Isaías, quien vivió en el siglo VIII antes de Cristo. La mayor parte de la primera mitad del libro se ajusta a tal tradición, pero los capítulos que van del 40 hasta el 66 parecen ser escritos por alguien que vivió dos siglos después. Incluso se piensa que el libro de Abdías, de una sola página, es producto de los escritos de dos autores.
En nuestros propios días, las nuevas herramientas y los nuevos métodos han producido contribuciones importantes. Los nuevos métodos de análisis lingüístico, desarrollados en gran manera en los últimos quince años, han hecho posible establecer la cronología relativa de porciones de la Biblia y medir y describir las características del hebreo bíblico para varios períodos. En los términos más sencillos, Moisés estaba tan lejos del lenguaje de gran parte del Pentateuco como lo está Shakespeare del inglés moderno. También, desde los días de Wellhausen se ha producido una revolución arqueológica que ha hecho posibles importantes descubrimientos que deben figurar ahora en cualquier investigación sobre los autores de la Biblia. Trataré sobre los descubrimientos pertinentes en el curso de este libro.
Pese a todo, el hecho es que en gran parte el acertijo permanece sin resolver y que lo dificultoso de la solución continúa frustrando nuestro trabajo sobre una variedad de otros temas concernientes a la Biblia. Mi propia experiencia es un caso de esto. Cuando en mis años de pregrado en la universidad me hablaron por primera vez sobre esta área de los estudios bíblicos, respondí que este asunto no me importaba mucho, que mi interés estaba enfocado en el texto y su importancia actual y no en quién lo había escrito. No obstante, cuando hacía mis estudios doctorales, a medida que trabajaba más y más en el tema, cualquiera fuese el tema que trataba, siempre volvía a este problema.
Si trabajaba en una cuestión literaria, quería averiguar por qué el texto contaba una historia de una manera y no de otra. Por ejemplo, considérese la historia del becerro de oro. En el libro Éxodo Dios proclama a los israelitas los Diez Mandamientos; hace esto en voz alta y desde la montaña de Dios. Moisés entonces escala la montaña solo y recibe, grabados en piedra, los mandamientos. Mientras Moisés retrasa su regreso, la gente hace un becerro de oro ante el cual celebra sacrificios. Su líder, quien personalmente hace el becerro, es el mismo vocero de Moisés, Aarón. Cuando Moisés retorna encuentra el becerro y, en un arranque de ira, arroja -- rompiéndolas -- las losas grabadas con los mandamientos. Destruye, además, el becerro de oro. Pregunta entonces a Aarón "¿Qué te ha hecho esta gente para que les traigas un gran pecado encima?" Aarón responde que la gente le había pedido hacer dioses, que él arrojara el oro de ellos al fuego "¡y de ahí salió este becerro!".
La pregunta es, entonces, ¿qué haría a alguien escribir una historia como ésta? ¿Qué sucedía en el mundo del escritor [3] que pudiera hacerle contar una historia en la que su propia gente comete herejía tan sólo cuarenta días después de oír a Dios hablando desde el cielo? ¿Por qué describió un becerro de oro y no una oveja de bronce, una serpiente de plata o cualquiera otra cosa? ¿Por qué describe a Aarón, tradicionalmente el primer sumo sacerdote de Israel, como el líder de una herejía? ¿Sucedieron las cosas simplemente así o el escritor contaba solamente la historia tal como la conocía? ¿Sucedían otros acontecimientos en el mundo del escritor que lo motivaran al momento de darle forma a su historia?
Si yo trabajaba en un asunto de índole moral, quería saber por qué el texto decía "Compórtate de esta manera y no de esta otra". Por ejemplo, en Deuteronomio existen leyes relativas a la guerra que tienen importantes implicaciones morales. Una ley exceptúa de la conscripción militar a cualquier hombre que sienta temor. Otra ley prohíbe la violación de una mujer capturada. A las mujeres del grupo derrotado se les debe dar tiempo para que lloren a sus familiares muertos, luego deben ser tomadas como esposas o, si no es tal el caso, deben ser puestas en libertad. Me parecía importante comprender qué originaba tales leyes. ¿Cómo así los estándares de conducta bíblicos vinieron a incluir estas prácticas y prohibiciones particulares? ¿Qué sucedía en el mundo bíblico como para impulsar a alguien a concebir tales leyes y como para hacer que una comunidad las adoptara?Si se trataba de una cuestión teológica, yo quería saber por qué el texto describía a la deidad de la manera en que lo hace. Por ejemplo, la Biblia a menudo describe a la deidad como si estuviera dividida entre la divina justicia y la divina piedad. Hay una tensión recurrente en la Biblia entre las fuerzas que dicen "castiga" y las que mandan "perdona". ¿Qué acontecimientos y qué concepciones diferentes del carácter de Dios, en varios lugares y momentos de la Biblia, desempeñaron un papel en el momento de forjar esta poderosa y pasmosa noción de las relaciones entre lo divino y lo humano?
Quizá las cuestiones históricas fuesen las más serias. Si uno está interesado en la historicidad de los relatos bíblicos, uno debe inquirir acerca del tiempo en que vivió el escritor. ¿Fue el escritor un testigo de los acontecimientos que narra? Si no lo fue, ¿cuáles fueron sus fuentes? ¿Cuáles fueron sus intereses? ¿Fue el escritor un sacerdote o alguien no vinculado con la clase sacerdotal?, ¿fue hombre, mujer, alguien asociado con la corte o más bien alguien del común del pueblo? ¿A quién favorecía, a quién se oponía, de dónde vino? Y así sucesivamente.
Mi maestro fue el profesor Frank Moore Cross, de la Universidad de Harvard. En mi segundo año de estudios, la mención hecha por el profesor Cross a un seminario del que él había formado parte muchos años antes, produjo una discusión en uno de los seminarios del Departamento de Idiomas y Civilizaciones del Cercano Oriente. En el seminario al que hacía referencia nuestro profesor, los participantes habían decidido trabajar todo el texto del Pentateuco desde el comienzo, sin asumir la validez de la Hipótesis Documental o cualquiera otra hipótesis, para ver, a través de un estudio cuidadoso de los textos mismos, a dónde los podría conducir la evidencia. Ese mismo día, más tarde, yo tenía una cita con el profesor Cross. Durante la reunión, le solicité que me aceptara tomar con él un curso individual supervisado. Él me propuso que hiciéramos el seminario que él había tenido años atrás y así fue cómo me encontré finalmente con el siempre presente problema de cómo se formó el texto bíblico. Entonces comenzamos desde el principio y trabajamos con el texto del Pentateuco, sin asumir la corrección de la hipótesis y más bien sopesando la evidencia a medida que avanzábamos. He estado intrigado por este problema desde entonces.
Espero avanzar en el proceso de solución a este asunto con mis presentes contribuciones. En gran medida defiendo el modelo que se ha desarrollado hasta convertirse en el consenso de los investigadores de los últimos siglos. Presentaré nueva evidencia que pienso apoya el modelo. Me referiré con claridad, aportando la evidencia pertinente, a las diferencias entre mis propuestas y las de los estudiosos anteriores, incluidos entre ellos mis propios maestros. Específicamente, lo nuevo en este libro es:
-- Me propongo ser más específico acerca de quiénes fueron los escritores de la Biblia: no sólo acerca de la época en que vivieron sino también sobre dónde residieron, a qué grupos pertenecieron, cuáles fueron sus relaciones con las principales figuras y acontecimientos de su momento histórico, a quiénes favorecieron y a quiénes se opusieron, cuáles fueron sus propósitos políticos y religiosos al momento de escribir sus trabajos.
-- Me propongo echar luces sobre las relaciones existentes entre los varios autores del texto. ¿Conoció alguno de ellos los trabajos de los demás? Sabemos que sí y esto, en formas inesperadas, afectó la manera en la que se produjo la Biblia.
-- Me propongo echar más luces sobre la cadena de acontecimientos que condujo a que todos los documentos originales se fusionaran en una sola obra. Esto también revelará algo acerca de cómo esa obra vino a ser aceptada como la Biblia.
-- En por lo menos un caso, desafío el punto de vista mayoritario acerca de quién fue uno de los escritores de la Biblia, cuándo vivió y los motivos por los que escribió.
-- Al tratar acerca de las historias bíblicas, muestro por qué cada historia fue producida en la manera particular en que aparece en la Biblia y cuál fue su relación con la historia del período en que fue escrita.
Es, por supuesto, imposible cubrir todos los libros de la Biblia en el presente volumen. Trataré sobre los libros que cuentan la historia central (once libros) a partir de la cual se desarrolló el resto de la Biblia y me referiré a muchos de sus demás libros. Discutiré las implicancias de estos descubrimientos para la Biblia como un todo.
La manera de comenzar, me parece, es reconstruyendo una imagen del mundo bíblico, en la mejor manera posible, basada en la evidencia arqueológica y en la lectura más cuidadosa de los libros históricos de la Biblia, con el objetivo de identificar qué porciones de la narración bíblica son históricamente acertadas para cada período. El paso siguiente es ubicar a los autores bíblicos que escribieron en cada período histórico respectivo y ver hasta qué punto las personas y acontecimientos de dichos períodos históricos afectaron la manera en que fue producida la Biblia. Al final volveremos a lo que me importó tanto en primer lugar: las implicaciones de estos descubrimientos en la manera como la gente actualmente entiende, valora y usa la Biblia.

Richard Elliot Friedman tiene el título de Profesor Katzin de Civilización Judía, en la Universidad de California, San Diego (UCSD).

[1] En Deuteronomio se menciona que Moisés escribió un "rollo de la torah" antes de su muerte, el cual está guardado en la caja dorada (el "arca") que contiene las dos losas de piedra con los Diez Mandamientos; sin embargo, este fragmento no afirma que este rollo contuviera el texto entero de los cinco libros (Dt. 31: 9, 24-26). La palabra "torah", aquí en Deuteronomio 31, no necesariamente significa la Torah, el nombre que después vendría a significar todo el Pentateuco. La palabra también puede significar simplemente instrucción en general.
[2] Hay muchas personas que afirman ser estudiosos de la Biblia. Cuando yo uso el término me refiero a las personas que tienen el entrenamiento necesario en idiomas, en arqueología bíblica, y en los campos de la literatura y la historia como para trabajar en el problema; personas que se reúnen para discutir y debatir, en revistas, conferencias, etc., sus ideas e investigaciones con otros estudiosos.
[3] Como habremos de ver, esta historia fue escrita por un autor masculino